Hace algunos
días, pensaba sobre la necesidad que tenemos en la actualidad de
recurrir el pasado, para ver hacia el futuro.
En la moda, es un ejercicio obligatorio. Los diseñadores
siempre están actualizando, dando un giro de tuerca y digiriendo todo lo que
en el pasado estuvo de moda. Algunos van muy atrás; mientras otros se quedan
más cerca del presente.
Lo que más
me causa curiosidad de este ejercicio, es que se vuelve algo importante en el proceso creativo y en el momento de elegir qué ponerse. Podría pasar horas viendo ropa del pasado, pensando qué pasó por la
cabeza del diseñador a la hora de crearla, qué cosas lo inspiraron y qué lo
movió. También, pensar en el tipo de persona que llevó la prenda. ¿Esa ropa
tenía algo que ver con el momento que estaba viviendo? ¿Cómo se habrá sentido
al romper paradigmas en ese tiempo?
Abrazar el
pasado es algo que muchos hemos normalizado. Somos nostálgicos, nos gusta
sentir que estuvimos en ese momento. Vivir a través de los pensamientos de
otros y tomar batallas que no nos pertenecen, pero igual nos mueven. Le dan
cierto sentido a cosas que son importantes para nosotros en este momento.
Probablemente,
este gusto por ver hacia atrás tenga más que ver con miedo, que con otra cosa.
El futuro es increíble. Tenemos de todo a la mano, un click lo simplifica todo.
Podemos hablar con la gente que tenemos lejos, sin gastar una fortuna o cruzar
grandes distancias. Cada día, hay algo nuevo, más moderno y más tecnológico. Estar siempre a la vanguardia nos encanta, pero a la vez nos asusta.
Nos da miedo
depender tanto de un aparatito con pantalla. Y tal vez no es el aparato, son
las cosas de las que nos enteramos, gracias a él, las que nos perturban. Ahora, sabemos con
mayor inmediatez cuántos muertos hubo en el día, qué guerra está empezando o cuántos sufren de hambre por cosas estúpidas.
Nuestra necesidad de revisitar el pasado es porque nos hace sentir seguros,
porque nos aleja de la realidad. Estamos necesitados de la suavidad y el charm
de épocas pasadas. Por eso, no dudamos en ponernos algo que nos recuerde las
fotos setenteras de nuestro papá o la calidez de nuestra niñez. Es un escape fácil. Ponerse
algo que nos recuerde algo que no vivimos, pero nos agrada, es como recibir un
abrazo. Tener ese “tranquilo, todo va a estar bien”, que a veces necesitamos escuchar y repetir, una y otra vez, esa satisfacción.
Todo lo anterior,
creo que podría resumir la colección otoño-invierno 2015/16 de Gucci. Me
encanta la forma en que Alessandro Michele tomó el legado de Frida Giannini y
lo reformó. Salirse de la estética über-sexual jet set, y transformarla en
algo más suave y accesible, me parece uno de los grandes aciertos de su primer
trabajo en la firma. El uso de las texturas, los patrones sencillos y el “No
styling” de las modelos se conjugan a la perfección en el trabajo más
interesante y conmovedor de esta temporada. Además, la idea de usar el concepto unisex me pareció algo arriesgado, pero adecuado a ese feeling revolucionario que buscamos.
Al parecer, Michele está pasando la misma situación que Hedi Slimane. Al inicio, nadie creía que el podría sacar a Saint
Laurent del estancamiento en el que estaba. Después de la primera temporada,
dejó muy claro que su discurso estético va más allá de tendencias absorbentes,
celebridades mediáticas, exageración innecesaria y lentejuelas. Lo de ellos es tocar el interior, esa fibra frágil y romántica, necesitada del pasado, en el que nos hubiera gustado estar.