Cuando era
pequeño, recuerdo con mucha alegría los días en que íbamos con mis hermanos a
los juegos mecánicos en el Hipódromo del Norte. El día se pasaba rapidísimo,
entre tantas luces, colores, la velocidad de los carros chocones, los brincos
en las camas elásticas y giros en una
pequeña rueda de Chicago. Aunque no es
un juego mecánico como tal, mi favorito era el “Resbaladero Gigante”. Lanzarse
en un costal en una estructura de metal me fascinaba. Cuando estaba en la cima,
sentía que era el punto más alto del universo. Me daban escalofríos y sentía un
pequeño nudo en la garganta. Pero cuando veía a mi hermano mayor lanzarse, el
miedo se disipaba y era mi turno.
A la mitad
del trayecto, en el momento en que alcanzaba más velocidad, me gustaba extender
los brazos y sentir por un momento que mi cuerpo se levantaba algunos
milímetros de la superficie. No sé, tal vez esperaba volar o llegar al final
surcando el aire. Esos instantes eran mis favoritos de la travesía. Al llevar a
tierra firme, me daban ganas de hacerlo nuevamente. Creo que podía subir más de
30 veces seguidas. La billetera de mi papá su frió bastante en ese entonces.
Ahora que
soy adulto, y vuelvo al mismo lugar, me dan risa muchas cosas y me siento
afortunado por haber tenido una infancia tan alegre. Y a la vez, me siento un poco triste. Me
encantaría tener la ingenuidad de esos días y no pensar en todo lo que me
podría pasar al momento de lanzarme en un costal en una rampa de metal embadurnada
de keroseno. No sentirme ridículo por alzar los brazos a mitad del trayecto o
pensar en que mis lentes pueden salir volando por ahí. Aaaaah… las desventajas
de la vida adulta.
Tener ese
sentimiento de que muchas cosas no son la fantasía que creíamos, es de las
peores cosas que pueden pasar. Uno siente como algo dentro se rompe en
pedacitos. Pero el proceso es parte
natural de la vida y es lo que poco a poco nos hace fuertes y nos preparara
para el futuro. Saber que algo no es lo que esperábamos, se aplica a varias
cosas de la vida: relaciones, trabajo, familia, amigos y otras csoas. No todo
va a ser siempre perfecto como esperamos. En algún momento, eso se acaba. Pero
no hay que ponerse tristes, lo mejor es atesorar lo bueno y recordar con
alegría eso que nos hacía reír. Recordar el momento de la desilusión es peor y
arruina todo el recuerdo.
Armé un
atuendo inspirado en mi experiencia en el resbaladero de el hipódromo. Mi sueño
de volar, se materializó en una chaqueta de piloto, a le que le quité todas las
insignias, y que encontré en Tiendas Megapaca. También, agregué un pantalón
amarillo, como las luces de los otros juegos que estaban en el espacio y unos
zapatos con las suelas anchas, como llantas, que me recordaron a los carros
chocones, que también conseguí en un viaje a la Mega.
Fotos: Robinson García
Pantalón,
chaqueta, zapatos, bufanda y pantalón: Tiendas Megapaca
Te pueden interesar leer: Desvelo
Mynor Véliz